Sáhara, mis días bajo el sol

Tan solo pensar en el desierto del Sáhara me hacía recordar aquellas épicas películas donde las tormentas de arena hacían desaparecer a sus protagonistas. El Sáhara es el desierto más grande del mundo, se extiende por el norte del continente africano y está delimitado al sur por el Sahel; una zona biogeográfica que atraviesa el continente desde el océano Atlántico hasta el Mar Rojo. Esta franja marca los límites entre el vasto desierto y la sabana tropical al sur. Encontrando bajo esta franja la gran selva del Congo.

Ir a este lugar es mucho más que llegar y montar un camello, ir hasta allí me significó un largo viaje por tierra .. atravesar las imponentes montañas del Atlas, poblados desolados, palmerales y zonas históricas patrimoniales. 

Partí desde Marrakech entre áridos paisajes hasta llegar a las montañas del Atlas, esta gran cordillera se debe cruzar por completo a través del paso Tizi-n-Tichka a 2.260 m de altitud. Aquí, una pequeña parada es imprescindible para maravillarse de esta zona de la cordillera y de su gente.

Luego de varias horas de andar nos adentramos en valle de Ounila, la tierra de los Glaoui. Aquí se encuentra uno de los lugares más esplendidos que conocí, el “Ksar de Aït Ben Haddou”, un pueblo bereber milenario fortificado, hoy en día Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Está formado por kasbahs construidas con adobe, una mezcla de arena, arcilla, agua y, en ocasiones, material orgánico como paja o estiércol. El Ksar está rodeado por el río Ounila.

Los Ait Ben Haddou fueron una poderosa familia de guerreros bereberes que dominaron gran parte de las laderas del sur del Atlas ,y el Ksar de los Ait Ben Haddou es un reflejo majestuoso de aquellos tiempos convulsos, que narra la historia de una época marcada por la resistencia y el poder.

Para llegar se debe cruzar el río Ounila y se hace saltando a través de sacos de tierra colocados para facilitar el paso.
El interior de Aït Ben Haddou te hace retroceder en el tiempo, te transporta a otra época; hace sentir como si vivieras en los días de la famosa película “Jesús de Nazaret” (también filmada en este lugar).

Son unas diez familias las que habitan aquí manteniendo costumbres y tradiciones que parecen resistirse al paso del tiempo, entre estas calles tipo laberinto y alfombras respiras tranquilidad . No podía dejar de preguntarme cómo era posible que aún se conservara esta forma de vida, tan enraizada con la historia y el entorno.

Este lugar hoy en día ha sido escenario de muchas películas icónicas como “La Momia”, “Gladiator” y series como “Juego de Tronos”. Aquí un amable joven que había participado de extra en la película “Lawrence de Arabia” fue quien me llevó a recorrer el lugar y me habló de su historia.

Desde este punto del mapa me fuí a Ouarzazate conocida como la “puerta del desierto”. Luego continué hacia el valle de Dades o ‘Camino de las mil kasbahs’ que va desde Ouarzazate hasta el este de Tinghir y las Gargantas de Todra.

Hice una desviación en el camino para conocer la garganta del Dadés famosa por sus formaciones rocosas conocidas como “los dedos del mono”.

En Tinghir nos podemos ver deslumbrados por maravillosos palmerales, acá hice un pequeño recorrido entre los campos sembrados de papas y olivos, donde entre algunos matorrales salían niños a pedir “euros”.

De un momento a otro de estar entre campos sembrados no me di cuenta como entré a un poblado y entre vueltas de alguna forma llegué a una kasbahs, y me vi sentada compartiendo un té de menta con un vendedor de alfombra. Cosas del desierto.

El Valle del Dadés debe su nombre al río Dadès o Assif Dades que nace en el alto Atlas en las laderas del Jebel Ayachi y es uno de las dos fuentes que dan lugar al nacimiento del  río Draa. Este valle de color ocre, terracota y rojo tiene un paisaje salvaje, con la nieve en un lado y un semi-desierto en el otro. En este lugar se encuentran las famosas Gargantas del Todra, un cañón de 33 metros de ancho, sombrío con paredes de más de 100m de altura, lugar mágico para los escaladores.

Es por esta zona fue donde pasé una noche, para continuar al día siguiente en busca de mi objetivo; las añoradas dunas doradas. Sé que cercano a la frontera con Argelia entre los poblados de Merzouga y M’Hamid están las dunas más espectaculares… las de Erg Chebbi.

Amanece y bien temprano continuamos la ruta, luego de unas horas más de andar creímos haber llegado a destino (me reuní con unos amigos españoles con quienes continúe el recorrido).
Aquí, en Merzouga unos tuareg con sus vestimentas azules que parecían reflejar el cielo, eran los guardianes de los secretos del desierto. Ellos fueron nuestros guías, personas maravillosas marcadas por el sol. Sin duda son quienes más conocen el desierto y sus peligros. Aprender de ellos a moverse en este árido ambiente es un aprendizaje para la vida.

Nos adentramos en el desierto y el primer tramo lo hicimos en el techo de un buggy. sí!, en el techo! Sujetados a mil, subiendo y bajando dunas créanme que me sentí como si estuviera en pleno Dakar. Es la forma más rápida de ganar unos cuantos kilómetros.

Después vinieron los dromedarios. Es bien interesante andar sobre un dromedario, ya solo montar es una experiencia en sí misma, te subes cuando están recostados en el suelo, y cuando se levantan primero lo hacen con sus patas traseras, lo que te obliga a sujetarte bien o de lo contrario podrías terminar rodando hacia el suelo por sobre sus cabezas.

Hay que tener aguante para andar varias horas sobre un dromedario, es bien brusco, las monturas son simples sacos de arenas y así hay que arreglárselas de alguna forma.

Lo lindo e impagable fue recorrer por esos atardeceres dorados entre las dunas. Solos, con el silbido del viento como única compañía que a la vez marcaba nuestro camino. Me pregunto, ¿que es lo que nos impulsa a adentrarnos en estos inhóspitos lugares? si algo me sucediera aquí, estaría perdida…

Las noches en el desierto son frías pero estrelladas, y entre la poca luz armamos nuestras haimas (un tipo de tienda del desierto de una tela gruesa y sin piso, que deja abierta la posibilidad que entre algún escorpión o esas otras criaturas del desierto). Increíble !. el susto solo se me pasa cuando me dan tranquilidad los beduinos que nos comparten ese grandioso té de menta brindando un birzhajá (salud) a la luz de una fogata y el sonido de los tambores.

Creo que el atardecer es lo que más se disfruta, se transforma en un momento regocijo que llena el alma. Contemplar el desierto teñido de dorado marcado por el viento es una maravilla impagable. El silencio, la soledad y la inmensidad te hacen sentir insignificante ante tal grandiosa creación. No estoy soñando, simplemente veo un mar de arena virgen sin huellas ni rastros. Solo están el cielo, el sol y las infinitas dunas. Aquí es donde experimentas esa sensación de libertad que tanto se añora y que te hace sentir tan inmenso como el propio desierto.

Como en cualquier lugar nuevo aquí me sentí agradecida de la vida, de poder estar ahí, no me cansaba de contemplar.

Sin duda me hipnotizó este lugar, no hay experiencia más bella que el compartir con los tuareg; los príncipes del desierto. Esos hombres vestidos de azul, solitarios y orgullosos, salvajes de espíritu nómade, son guerreros maravillosos que luchan por sobrevivir en estos convulsivos territorios, cuya piel muchas veces toma un tono azulado por el tinte de sus pañuelos. Para los tuareg, el azul es el color del mundo.

Si tuviera que definir este lugar en dos palabras, diría que aquí todo es simple y profundo. Aquí, solo caminan hacia la vida. 

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